la historia detrás “Dame Cobijo Bajo Tus Alas”
A los pasajeros del Weser se les había prometido que recibirían tierras y todas las herramientas necesarias para cultivarlas. Aquellos hombres, mujeres y niños estaban enormemente ilusionados por empezar vidas nuevas en un lugar en el que serían libres para vivir como judíos y para plantar semillas cuyo fruto pronto podrían cosechar. Viajaban con muy pocas posesiones, pero, a la vez, sentían que sus riquezas eran muchas, porque habían traído sus tesoros más importantes: sifrei Torá, sefarim, un rabino y varios profesores. Rebe Finkel se enorgullecía de ser uno de ellos.
Cuando arribó el barco, los llevaron a un hotel para inmigrantes: un edificio circular con dieciséis lados hecho con placas de metal y tejado de zinc. Estaba completamente abarrotado, era frío y húmedo y estaba plagado de ratas. Tenían que esperar allí hasta que se les diese acceso a las tierras que les habían prometido. Al final del primer día empezaron a preguntarse a qué se debía la demora. Carecían de comida kosher, por lo que empezaban a tener hambre. Estaban deseosos de irse, de emprender sus nuevas vidas.
—Rabí Finkel llora siempre que se acuerda de aquellos días —continuó Asher—. Dice que dos días después de llegar, se reunieron para hablar del problema y, tras horas y horas de charla, ya bien entrada la noche, recibieron la visita de unos funcionarios que les informaron de que las tierras que se les habían prometido ya no estaban disponibles. Nadie los iba a indemnizar y no se les permitía quedarse mucho más tiempo en el hotel. Tenían que marcharse.
—¿Marcharse? —preguntó Mordechai—. ¿Pero, dónde iban a dormir?, ¿qué iban a comer?
—No tenían nada. Todo había sido por culpa de un hombre sin escrúpulos, un hombre sin corazón. Se llamaba Antonio Gutiérrez, y era el propietario de las tierras que les habían prometido. El precio subió en los ocho meses siguientes a la firma del contrato, que en teoría incluía no solo las tierras sino también aperos de labranza, caballos y vacas. Simplemente se echó atrás y todos los pasajeros del Weser se encontraron con las manos vacías, absolutamente vacías, cuando llegaron. ¿Te imaginas la desesperación?
Canela ladró hacia algo que se movía cerca de ellos, después volvió a su sitio.
—Los judíos habían llegado en un momento muy malo para la Argentina —continuó Asher—; el precio de los alimentos básicos había subido en exceso y en esos días hubo una huelga masiva y se sucedieron muchas otras manifestaciones del mismo problema en toda la ciudad. Los operarios del puerto habían dejado de trabajar, lo cual complicaba aún más las cosas. Fue una crisis; sucumbieron al hambre y comieron comida no kosher por primera vez en su vida. Aquello los traumatizó, pero no sabían qué otra cosa podían hacer. Entretanto, algunos judíos que ya vivían en Argentina se pusieron a buscar una solución con su rabino, rebe Henry Joseph, hasta que encontraron a un hombre llamado Pedro Palacios, quien dijo que les ayudaría. Al final vendió unas parcelas de tierras que cada familia tendría que trabajar con mucho esfuerzo para pagar la deuda. No era algo que les preocupase, ya que todo el mundo estaba dispuesto a trabajar. Lo único que necesitaban eran techos, parcelas de tierra y unas cuantas herramientas. Estaban tan decididos a superar la situación que les parecía que nada los podía destruir.
Asher acarició suavemente la cabeza de Canela.
—Siempre que rebe Finkel nos cuenta esta parte de la historia, llora con especial intensidad.
—Pero, ¿al final no lograron llegar a sus nuevas casas?
—Mordechai, les dijeron que se tenían que viajar justamente en shabbos. Imagínate cómo fue aquello. Primero tuvieron que comer treif, después tuvieron que profanar el shabat. Ya era el mes de Elul, cuando hacemos teshuvah y nos arrepentimos de todos los pecados cometidos durante todo el año. Muchos empezaron a protestar y quejarse de que eso no podía ser, que ya llevaban esperando tanto tiempo, que podían esperar un día más. Pero no tuvieron elección. Los furgones los esperaban y no se podían quedar atrás. Rebe Finkel llevaba una sefer Torá en los brazos y nos contó que lloró todo el camino; lloró por todo lo que habían sufrido en Rusia, ya que fue aquello lo que les había traído a una tierra en la que tenían que comer treif y romper el shabbos. Lloró por el futuro que les esperaba, porque no podía salir nada bueno de un comienzo así.
Asher se quedó en silencio.
—Oye, ¿por qué no sigues? Cuéntame qué pasó después, por favor.
Miró a Mordechai y suspiró.
—Cuando llegaron a la última estación, llamada Palacios, sufrieron la mayor decepción de sus vidas.
—¿Por qué?, ¿no había caballos?, ¿herramientas?
—No había nada.
—¿Cómo que nada?
—Era un campo yermo con unos cuantos carros abandonados, tirados por el suelo: ni casas, ni herramientas, ni vacas ni caballos. Así pasaron su primer Rosh Hashaná y Yom Kipur en Argentina. Aquellos primeros meses estuvieron junto a la estación, esperando a que los pasajeros les tirasen sobras de comida por las ventanillas. Muchos se quejaban de que en Rusia, al menos, habían tenido techos para guarecerse, hogares con cocinas y sopa caliente, con vacas que daban leche y gallinas que ponían huevos. ¡Y ellos que habían creído entonces que eran pobres! Lo eran, pero no habían vivido en la miseria y el abandono total, como si fuesen animales, mendigando trozos de comida. Para colmo, el frío y la humedad empezaban a tener consecuencias. Mucha gente se puso enferma y no había manera de curar las infecciones ni de parar los contagios. Así fue como surgió la epidemia de tifus, exacerbada por la falta de higiene, que se llevó por delante las vidas de aquellos niños. Esto no solo les rompió los corazones, también agotó sus fuerzas, su voluntad de vivir. Todo el mundo estaba de duelo, pero no solo por sus seres queridos. Enterraban un cuerpo detrás de otro y, a la vez, también enterraban sus esperanzas y sus deseos de un futuro mejor. Antes de que falleciesen los niños, algunos pensaron que estarían mejor si volvían a Rusia; otros pensaron que quizás debían marcharse y buscar un lugar más favorable. Pero tras la muerte de los niños, no querían abandonar las tumbas y que se perdiesen en el olvido. Reconstruirían sus vidas despedazadas en esta tierra maldita, sin importar cuánto tuviesen que luchar.